Estudio de la Universidad de Florida: ¿qué hace que un olor sea malo?
Un equipo de la Universidad de Florida descubrió dos rutas neuronales desde la amígdala al estriado ventral que determinan si un olor se percibe como amenaza o recuerdo. El hallazgo revela mecanismos clave de la evitación olfativa.

Imagina poner un enorme contenedor de basura junto a tu sala: el olor invadiría cada rincón y se grabaría en tu memoria. Ese aroma fétido despierta un rechazo inmediato y, desde luego, nunca lo asociamos con algo agradable.
Investigadores de UF Health acaban de revelar cómo nuestro cerebro decide que un aroma sea desagradable. Gracias a avanzadas técnicas en ratones, han mapeado dos vías neuronales paralelas que conectan la amígdala basolateral (BLA) con el estriado ventral y que determinan si un olor nos provoca rechazo o miedo.
Dos caminos para una misma emoción
Imagina que tu cerebro es una ciudad y los olores son taxis que llegan al centro de mando de las emociones: la amígdala basolateral (BLA). Allí operan dos equipos de control con uniformes genéticos distintos —las neuronas Drd1+ y Drd2+— que, pese a partir del mismo punto, toman carriles diferentes hacia el estriado ventral, la región que decide si un aroma provoca huida inmediata o se graba en la memoria para siempre.
Las Drd1+ suben por la autopista que desemboca en el núcleo accumbens (NAc), famosa por su papel en la recompensa y, en este caso, en la evitación inmediata. Como si fuera un radar, detectan un olor desagradable y lanzan la señal: “¡Sal de aquí!”

Por otro lado, las Drd2+ toman el camino hacia el tubérculo olfatorio (TuS), especializado en procesar la información química de los olores y asociarla con emociones aprendidas. Cuando entran en acción, no sólo provocan la huida inicial, sino que refuerzan el recuerdo de ese aroma como algo temible.
Con esta información en mano, demostraron que cada “equipo” envía instrucciones muy específicas y diferenciales al estriado ventral, configurando nuestra reacción a los estímulos olfativos. Pero ¿cómo comprobar su función en tiempo real? Ahí entran en juego dos trucos:
- Optogenética: mediante pulsos de luz azul, los científicos “encendían” las terminales Drd1+ en el NAc. El resultado fue espectacular: los ratones evitaban la zona iluminada casi un 50 % más que de costumbre.
- Quimiogenética: instalaron “llaves químicas” (receptores DREADD) que, al añadir un compuesto inocuo, “apagaban” esa misma ruta. Sin ella, los ratones ya no conseguían asociar un leve susto eléctrico con un determinado olor.
Al repetir el experimento con la vía Drd2+→TuS, alteraron tanto la huida inmediata como la capacidad de aprender a temer ese aroma. En pocas palabras, no existe un único “olor malo”: son dos autopistas paralelas las que, trabajando en armonía, regulan nuestra respuesta emocional al olfato.
De la ciencia al bienestar olfativo
Este descubrimiento no es solo un pasatiempo para neurólogos: abre un abanico de aplicaciones prácticas en salud mental y sensorial. Imagina que tus alarmas de ansiedad están conectadas a un “sensor de basura” en tu cerebro: un olor cotidiano desencadena pánico en quienes sufren PTSD o hipersensibilidad olfativa. Si aprendemos a “desenchufar” temporalmente las rutas Drd1+ o Drd2+, esas alarmas podrían silenciarse y devolver la calma.
Pero la nariz tiene aún más trucos bajo la manga. ¿Y si, en lugar de apagar, activamos esas mismas vías en pacientes que han perdido el apetito? Podríamos reactivar el placer de los olores culinarios y despertar el apetito como quien enciende las luces de una fiesta gastronómica. Al fin y al cabo, ¡una nariz feliz puede hacer maravillas por un cuerpo sano!

Y esto es solo el principio. El siguiente paso del equipo es descubrir cómo la dopamina —el “jefe de tráfico” cerebral— regula estos carriles emocionales. También planean escudriñar cada kilómetro del NAc y el TuS para trazar mapas aún más detallados de sus desvíos y atajos. La meta final es diseñar terapias de precisión: intervenciones quirúrgicas en el tráfico neuronal sin cortocircuitar el resto de la red olfativa.
Como bien apunta Wesson, “comprender cómo el entorno moldea nuestras emociones es la llave para ser más felices y saludables”. Quién lo diría: tras un simple aroma se esconde todo un entramado de carreteras cerebrales, listo para ser descubierto… y para enseñarnos a oler la vida de otra manera.
Referencias de la noticia
-UF Health. Estudio: ¿Qué hace que un olor sea malo? (2025).